1
Puede ser que no me creáis...
porque no os ha sucedido nunca. Pero estoy segura que si os hubiera pasado a
vosotros ya se lo habríais contado al mundo entero.
Érase una vez una bonita
casa, donde vivían tres hermanos: Rubén, el más grande, tenía seis años pero
aparentaba siete. Chiara, tenía cinco años y una sonrisa que medía cinco
metros. Y Francesco, el más pequeño, dos años aún por cumplir ¡pero un montón
de travesuras ya cumplidas!.
Todas las noches, después de
cenar, cuando ya se habían lavado los dientes y puesto los pijamas, llegaba el
papá con el libro que habían escogido ellos mismos debajo del brazo.
Como todas las noches, Rubén
decía que no le gustaba la historia, que era de niños pequeños, o aburrida...
Pero al final era el que más atento estaba.
Como todas las noches, Chiara
se quejaba unos minutos porque habría preferido otro libro diferente, para más
tarde, durante la lectura, perderse acariciando a su hermano pequeño, acostando
en la cuna una muñeca y durmiéndose con una mecha de cabellos entre los dedos.
Y como todas las noches, a Francesco no le importaba para nada el libro, sino
los mimos de su hermana o los juguetes, mientras bailoteaba cantarín por la
habitación.
Aquella noche, pues, llegó
el papá con la historia. Pero aquella no era una noche cualquiera, era
Nochebuena. El libro también era especial. Narraba un viaje fantástico entre
magia, regalos y Papá Noel.
El árbol de Navidad estaba
en el salón, con las luces encendidas, y a sus pies, sobre una bandeja, bien
preparadas: la carta con la lista de regalos, la leche, las galletas y las
zanahorias.
El papá apagó la luz de la
habitación, encendió la lamparilla de la mesita y se sentó en el suelo quitándose
los calcetines. Abrió el libro y empezó a leer, con su voz cálida y un poco
melódica que conciliaba el sueño. Después de la cena, los tres hermanos tenían
la barriga llena, estaban cansados y se durmieron enseguida. Pero Rubén, que no
dormía nunca profundamente, se despertó al cabo de pocos minutos. ¡Qué
sorpresa! El libro estaba en el suelo, abierto, al lado de los calcetines,
pero... ¡el papá no estaba! Lo llamó despacio varias veces y, con ese poco de
miedo que lo acompaña siempre, decidió despertar a sus hermanos.
Cuando estuvieron los tres
bien despejados, fueron a buscar al papá. A pesar de la oscuridad de la casa,
las luces encendidas del árbol les permitían caminar por el pasillo. El papá no
estaba durmiendo en su cama. Tampoco estaba en el bagno, y nisiquiera en el
salón. ¿Y en la cocina? Menos aún.
Volvieron a su habitación y
fué entonces cuando se percataron que las páginas del libro que poco antes
estaba leyendo el papá se iluminaban levemente. Y mientras las miraban asombrados
un rayo de luz surgido del libro los engulló.
En un periquete, en el
dormitorio verde con tres camas, no quedó ni un solo niño.
2
Se despertaron en una
habitación con el suelo y las paredes de madera. Tenía dos grandes ventanas,
desde las que se veía una pequeña ciudad iluminada con lucecitas de colores y
donde todo lo cubría un manto de nieve blanquísima. La estancia estaba llena de
luz y, aunque llevaban puesto sólo el pijama, se sentía un agradable
calorcillo. Era raro, los tres hermanitos sabían que estaban solos y sin
embargo no tenían miedo.
Esperaron un poco, por si
alguien venía a buscarlos. Pero al cabo de un rato Rubén buscó con la mirada a
su alrededor y tomó una decisión. Debajo de un gran cartel donde estaba escrito
“SALIDA PARA NIÑOS” (era el hermano mayor y sabía leer muy bien) había una
puerta de madera muy pequeña. La atravesaron si dificultad y se encontraron en
un largo pasillo lleno de ventanas del que no se veía el final, era tan largo
¡que parecía infinito!
Allí les esperaba un pequeño
elfo vestido de verde y rojo. Era tan alto como Chiara, pero redondito, como si
se hubiera comido dos almohadones sin masticar. Toda su ropa estaba hecha de
papel. Papel de acetato para los calcetines, cartulina para los pantalones,
cartón para los zapatos, papel de aluminio para la camisa y cintas brillantes para
el cinturón, las mangas y el cuello. Y en la cabeza un gorro de papel pinocho y
terciopelo, con una campanilla de fieltro en la punta. De verdad que era un
traje bonito. Parecía un regalo a forma de elfo.
-Os estábamos esperando-
dijo. -Vuestro padre empezaba a preocuparse.
Y los hizo subir en un
pequeño tren de madera, tan pequeño que en cada vagón cabía sólo una persona.
Dos conejos blanquísimos como la nieve tiraban del tren y, veloces, partieron
hacia la meta.
-Vuestro papá está muy
ocupado. Así que os llevaré primero a hablar con nuestro jefe. Él os lo
explicará todo.
Así pues, mirando por las
ventanas el cielo estrellado y los techos de las casitas iluminadas, llegaron
al final del trayecto.
Rubén, Chiara y Francesco
esperaron cogidos de la mano mientras el elfo entraba por una enorme puerta blanca
y roja. Tenían los ojitos bien abiertos, no se querían perder nada de lo que
estaba sucediendo. En sus cuerpos temblorosos no había conseguido entrar ni una
gota de sueño.
El elfo salió poco después y
los acompañó al interior del despacho del jefe.
3
Era una habitación pequeña
pero muy ordenada. Una mesa grande, una chimenea donde ardía el fuego,
estanterías llenas de cajas y un sillón donde estaba sentado un anciano grande
y gordote, con barba blanca y gafas. Tosía y se sonaba la nariz constantemente.
Sólo cuando terminó, metiéndose en el bolsillo el grande pañuelo, los tres
hermanos supieron quién era la persona que tenían delante.
Francesco gritó señalándolo
con su dedito:
-¡Papaolé!.
Sí, era él. Un poco
estropeado por culpa del resfriado, claro, pero era Papá Noel en persona.
Viendo las caras de los niños,
Noel sonrió entre la frondosa barba blanca, por debajo de su nariz roja.
Rostros embelesados, un poco asustados quizás, y con las miradas llenas de
asombro. ¿Cómo era posible que después de tantos años no se hubiera cansado
todavía de ver tanta maravilla?
Chiara fue la primera que se
rehizo y preguntó por su padre.
Entonces Papá Noel empezó su
relato:
-Esta noche, como vosotros
sabéis, es Nochebuena. Tenemos mucho trabajo. Debemos preparar los regalos que
llevaremos a todos los niños del mundo. Pero últimamente hemos tenido
problemas... Yo me he puesto malo (aaatcchuú) como podéis ver - y se sonó otra
vez la nariz- He tenido que guardar cama durante algunos días, entorpeciendo el
trabajo de todos.
Luego, de golpe, ¡se han
resfriado los elfos también! ¡Un desastre! Necesitábamos de verdad un papá como
el vuestro...
Los niños lo miraban como hipnotizados.
¿Es que no habrían entendido bien lo que
les estaba explicando aquel señor anciano y barbudo?
Papá Noel decidió que, como
para todos los niños, una demostración valía mucho más que las palabras. Y los
llevó a visitar su Fábrica de Regalos.
Detrás de una estantería del
despacho había una palanca. Noel la hizo girar y la pared entera dió la vuelta
sobre sí misma. En un segundo se encontraron dentro de una enorme y ruidosa
galería.
A su lado vieron cinco
grandes tubos que provenían del exterior, desde los que entraban cartas de
todos los colores, medidas, idiomas y procedencia. Los sobres caían en grandes
contenedores que se llenaban en un santiamén.
-Nuestras palomas recogen
las cartas que escriben todos los niños de los cinco continentes y las traen
hasta nuestros buzones, pero nosotros las acumulamos todas juntas.
Siguieron caminando por el
pasillo mientras Papá Noel sacaba otra vez el pañuelo y su nariz se volvía cada
vez más roja. A los lados corrían como flechas docenas y docenas de conejillos
blanquísimos, arrastrando tras de sí los pequeños trenes de madera llenos hasta
los bordes de cartas.
Hasta que avistaron el lugar
donde iban a parar todas ellas.
-Este es el trabajo más
complicado. Hay que traducir las cartas, las exigencias y los deseos de cada
niño.
Delante de ellos se
encontraba la máquina más extraña que habían visto nunca. Era de colores y tenía
la forma de una armónica, pero mucho más grande. Tan grande que se podía entrar
a través de los agujeros. De hecho, era dentro de cada orificio donde los
trenecillos de madera acababan su recorrido. Desde allí los tres hermanos
podían ver sólamente los agujeros de la armónica, pero oían una música extraña
que flotaba en el aire. A veces era lenta, melodiosa, y un momento después cambiaba
ritmo y te daban ganas de bailar. Luego otra vez lenta, luego rápida, y
entonces te daban ganas de cantar.
-Aquí está la clave de todo-
dijo satisfecho Papá Noel -Con esta armónica transformamos los cientos de
idiomas del mundo en el lenguaje unirversal: la Música!
-¿Y cómo lo
hacéis?-preguntaron los niños.
-Es muy sencillo. Las
palabras de los niños no son como las de los adultos. Son cristalinas,
límpidas. Dicen exáctamente lo que quieren decir. Los niños no saben esconder
secretos debajo del lápiz, no conocen significados diferentes de una misma
palabra. Y escriben como leen: con los dedos, con los ojos y con el corazón. La
cabeza no les sirve todavía a los niños. Ellos piensan con el alma. Por eso no
sirven grandes especialistas en idiomas. Porque las palabras de los niños son
tan puras que podemos trasformarlas fácilmente en música. Y así, cada carta se
convierte en una partitura.
Y se le escapó otro esturnudo.
-Aaatchú!
La expresión del rostro de
Rubén era un gran signo de interrogación. Lo único que se le ocurrió decir fue:
-Yo se leer y escribir.
-Yo también - dijo Chiara,
aunque no era del todo verdad, pero estaba tan confusa después de la explicación
como su hermano.
-Yobebén- dijo Francesco. Pero en sus ojos ya no quedaba mas que
sueño y cansancio.
-Pues me parece estupendo-
dijo Papá Noel - Así podremos convertir vuestras cartas en música.
4
Caminaron alrededor de la máquina
y vieron largos cables que unían el instrumento con algunos pupitres, donde
estaban sentados unos cuantos elfos con grandes auriculares blancos en las orejas.
Entre ellos estaba el papá, con los suyos puestos, que trabajaba con
entusiasmo.
-Cada elfo traductor escucha
la música y escribe la partitura. No importa el idioma de origen. La música es
música. Se traduce en emociones. Nuestros elfos son especialistas en traducirlas.
Descifran entre las notas los deseos y los sueños de los niños. Y así, podemos
preparar los regalos y repartirlos por el mundo.
-¿Y el papá?- preguntaron.
-¡Aaaatchú!- Papá Noel
estornudó con fuerza y después de
sonarse bien la nariz dijo:
-Cuando nos resfriamos y
tuvimos que guardar cama, nos dimos cuenta que necesitábamos ayuda. ¡Pero no
podía venir qualquiera! Tenía que ser una persona extraordinaria. Ya nos ha
pasado otras veces. Se necesita un papá particular, con características
especiales: Un papá que sepa contar historias, porque si no, no se habría
creído ni una palabra de la nuestra. Tiene que saber también un poco de música.
¡No todos saben reconocer las notas! Un “do-re-mi” equivocado podría llevarnos
a entregar una calabaza en vez de una bicicleta. Se necesita un papá que sepa
reconocer las emociones, y ver lo que se esconde detrás de vuestras sonrisas o
lágrimas cuando es la hora de acostarse. Un papá dispuesto a sacar punta a los
lápices del estuche todas las tardes y que se haya levantado de noche al menos
mil veces por oíros llorar, de lo contrario no podría jamás traducir las prodigiosas
palabras de los niños. Un padre que sea paciente, porque esta noche tendrá que
pasar muchas horas entre pensamientos infantiles. Y además, ¡era necesario
saber utilizar el termómetro y dar cucharadas de jarabe! Hemos tenido que tomar
la fiebre a los elfos por lo menos tres veces al día y darles dos cucharaditas
de sirope de polvo de estrellas de mar. ¡No,No! ¡No podía venir qualquiera!
Vuestro padre era el padre que necesitábamos.
Se acercaron rápidamente a
la mesa del papá, que movía la cabeza y los pies al ritmo de la música mientras
escribía sobre un montón de papeles de colores.
Cuando alzó la vista sonrió
y se alegró mucho de ver a sus hijos en medio de aquel mágico mundo navideño,
que le parecía todavía más especial ahora que estaban dentro ellos también.
Los abrazó con fuerza y, con
el más pequeno sentado sobre las rodillas, siguió trabajando con frenesí. ¡Faltaba
poco tiempo para la entrega de los regalos!
Rubén y Chiara querían
ayudar y Papá Noel los llevó donde podían aprovechar sus cualidades. Chiara,
que sabía pintar muy bien, fué a las Cintas de Fabricación de Papel de regalo,
donde comenzó enseguida a colorear decenas de embalajes diferentes. Y dibujó árboles,
copos de nieve, campanillas, lazos, pequeños papá noeles, renos, ositos,
estrellas... hasta saciar sus manos de artista.
Rubén, gran experto de
letras minúsculas y cursivo, acabó en la sección de Envíos. Le dieron la pluma
más bonita que había visto nunca y que cambiaba mágicamente de color a cada
nuevo nombre. Escribió y escribió centenares de direcciones, escrupulosamente,
sobre cada regalo.
Mientras tanto, Francesco se
había dormido profundamente en brazos del papá, soñando música y luces de
colores.
Ayudaron a Papá Noel y sus elfos
hasta medianoche.
-Muchas gracias, niños. Sin vostros
y vuestro padre no habríamos conseguido terminar a tiempo.
Un ejército de conejillos
blancos llegó arrastrando trenecitos de madera que fueron llenados rápidamente
de regalos. Llevaron al exterior todos los paquetes, donde esperaba Papá Noel
sobre su trineo, enorme y brillante, guiado por doce espléndidos renos de
cuernos largos y aterciopelados.
Una vez cargados todos los
paquetes, Papá Noel, tras dos fuertes estornudos –¡Aaatchú, atchú!- se lanzó
hacia las estrellas como un cohete perdiéndose en la noche.
Mientras los tres hermanos y
su papá miraban el cielo maravillados y un poco cansados, un rayo de luz los
envolvió deslumbrándolos.
Cuando abrieron los ojos,
estaban en la habitación verde.
El libro estaba donde lo
habían dejado. ¡Oh! ¡La mamá! ¿Se habría dado cuenta de su ausencia? Entraron
despacio en el dormitorio...uff, menos mal, aún dormía.
Estaban tan cansados que,
después de colocar el libro en la estantería y haber susurrado “buenas noches”,
se durmieron enseguida. El papá colocó suavemente el todavía durmiente
Francesco en su cuna y se fue a descansar.
5
El día siguiente se
despertaron con una música suave que venía de alguna parte de su pequeña
memoria. Se catapultaron hacia la cama de sus padres, felicitándose la Navidad
en una maraña de sábanas y abrazos.
-¡Papá Noel!- gritaron los
niños al cabo de un rato.
El papá entró al salón,
mientras Rubén, Chiara y Francesco lo seguían temerosos porque no sabían lo que
se podían encontrar.
Sobre una tela roja vieron
cinco maravillosos paquetes envueltos en papel perfumado y de brillantes
colores, donde se reflejaban las lucecitas encendidas del árbol de Navidad. ¡Podían
incluso reconocer la escritura de Rubén y los dibujos que había hecho Chiara!
Los niños se miraron
felices, aquella noche habían visto cosas extraordinarias, cosas que no podían
contar a la mamá porque no los habría creído nunca.
Entonces el papá les guiñó el
ojo, poniéndose un dedo en los labios.
-Ssssshhhh- dijo. Y su boca
se curvó en una bellísima sonrisa.
-¡Papaolé!-exclamó Francesco. Y la boca de la mamá se curvó en otra
bellísima sonrisa, ajena a la increíble aventura nocturna que se había perdido.
¡Aaaatchú!
A Rubén, Chiara y Francesco, que tienen el padre que se
merecen.
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