venerdì 14 febbraio 2014

El testamento vital del Principe Azul



De La Bella Durmiente del Bosque (Hermanos Grimm):

“Y por fin llegó hasta la torre y abrió la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa estaba dormida. Ahí yacía, tan hermosa que él no podía mirar para otro lado, entonces se detuvo y la besó. Pero tan pronto la besó, Preciosa Rosa abrió sus ojos y despertó, y lo miró muy dulcemente.
Entonces ambos bajaron juntos, y el rey y la reina despertaron, y toda la corte, y se miraban unos a otros con gran asombro. Y los caballos en el establo se levantaron y se sacudieron. Los perros cazadores saltaron y menearon sus colas, las palomas en los aleros del techo sacaron sus cabezas de debajo de las alas, miraron alrededor y volaron al cielo abierto. Las moscas de la pared revolotearon de nuevo. El fuego del hogar alzó sus llamas y cocinó la carne, y el cocinero le jaló los pelos al ayudante de tal manera que hasta gritó, y la criada desplumó la gallina dejándola lista para el cocido.
Días después se celebró la boda del príncipe y Preciosa Rosa con todo esplendor, y vivieron muy felices hasta el fin de sus vidas”.

En realidad lo que pasó no fue esto. 
Yo soy Azul, o Felipe, como queráis o hayáis leído, el príncipe del cuento. Sucedió que tan pronto la besé, no abrió los ojos. Sí que se despertaron los demás. El rey y la reina, la corte al completo. Los caballos y los perros cazadores. El fuego del hogar alzó sus llamas. Pero no se celebró ninguna boda, y Preciosa Rosa, con todo su esplendor, no se ha despertado todavía.
Yo la amo desde antes. Fuera del cuento yo la amaba ya. Y cuando no se despertó decidí que la amaría como siempre.
Me enfado cuando veo las miradas de los otros. En lugar de desearnos buenos días o buenas noches con los ojos le desean buena muerte. A ella que se durmió sonriendo y sonríe todavía sin haberse despertado.
Duermo cerca, para poder coger su mano cuando de noche siento frío. Porque ella tiene la piel tibia, de viva. Y respira tranquila, porque sabe que estoy ahí.
Cuando la miro veo la Rosa del cuento, que canta a los pajarillos y tiene miedo de la bruja. Las hadas no tienen mucho que hacer aquí, ningún sortilegio la puede despertar. Pero vienen a visitarla, le acarician su tez pálida y la besan en las mejillas. Vocean mientras chismorrean y le cuentan habladurías del reino, porque me han dicho que todo atraviesa su delicada corteza y se posa en un  insomne fondo que existe, dicen, aunque la duda me atenace.
Hoy he descubierto que se puede decidir como morir. No que lo quiera para Rosa, no. Ella es mi flor delicada que suspira si me alejo y me tiene atado con cadenas casi feudales. Yo la sirvo y ella me protege con su amor invisible.
Yo quisiera morir de viejo. Mientras duermo, como ella. Irme sin enterarme, sin miedo y sin dolor. A veces se lo cuento a Rosa, pero ella no responde nunca. Me gustaría saber lo que siente, si tiene miedo, si quiere irse o quedarse conmigo.
Le cuento que si la hubiera despertado con el beso me habría casado con ella. Le cuento que nos habríamos hecho viejos juntos, mirándonos las arrugas mutuamente, marchitándonos a besos con el paso de los años. Ahora ella no me ve y su recuerdo de mí es mejor que el mio.
Aunque si de viejos uno de los dos se hubiera dormido sin dormirse, si la mente hubiera comenzado a confundir memorias y palabras y nuestros nombres nos sonaran desconocidos, si los ojos hubieran dejado de conocer los rostros y las habitaciones, pero los pies hubieran sido capaces todavía de caminar y los corazones de latir, le digo que nos habríamos amado igualmente. Si hubiera perdido en el río toda mi sapiencia, sin acordarme de su nombre habría sabido que era Ella. ¿Desear la muerte por no saber como te llamas? ¿La vida está sólo en el juicio o en la piel? ¿En el sueño incalculable o en la vigilia de un demente? Si es vida allá donde empieza el primer latido, ¿no lo es hasta el último?
 Voy a hablar con Rosa a pesar de que no me responda, porque tengo que escribir mi declaración de amor por la vida, o por la muerte, depende.
A ver, amor mío, escucha bien que es importante:

En plenitud de mis facultades, actuando libremente y tras una adecuada reflexión y en base a las leyes de la naturaleza declaro que si llego a una situación en que, por mi estado físico o psíquico, no sea capaz de expresar personalmente mis decisiones sobre los cuidados y el tratamiento de mi salud a consecuencia de un padecimiento...

¿Qué padecimiento? ¿El mío?  ¿El tuyo, Rosa, si estuvieras despierta y secándome las lagrimas del que duerme sin despertarse con un beso? ¿El del que nos mira sin entender que entre nosotros hablamos con el lenguaje secreto de los que no consiguen separarse? ¿El padecimiento del que habría querido con otro hechizo quitarte la espina envenada y sacarte de tu ensueño?

...que me impida llevar una vida con independencia funcional para las actividades de la vida diaria,

¿Cuánta independencia, Rosa? Ayúdame a redactar, porque hay que ser muy preciso, si quieres que sigan las instrucciones. ¿Qué actividades? Cuando me levanto, Rosa, poner los pies en el suelo ya me cuesta. Los años no perdonan. ¿Crees que un día se podrá decidir la edad también? En la fecha del cumpleaños te bebes una infusión y a dormir de verdad por los siglos de los siglos. Ay, Rosa, no me hagas reír, que se me cae la pluma.

es mi voluntad clara e inequívoca que se me permita morir con dignidad

Esto si que me parece bien. Si uno debe nacer con dignidad, porqué no morir también. Al final, Rosa, esto es lo que más miedo nos da. Morir habiéndonos dejado por el camino lo que éramos, encontrarnos en el lecho de muerte sin poder reconocernos.

de acuerdo con las siguientes instrucciones previas:

1. Rechazo todo tratamiento que contribuya a prolongar mi vida: técnicas de soporte vital, fluidos intravenosos, pócimas y hechizos, alimentación que no sea por la boca, aporte de líquidos, magias que ayuden la respiración, solicitando una limitación del esfuerzo terapéutico que sea respetuosa con mi voluntad.

A ver si lo entiendo. Si tu hubieras firmado esto, ¿qué tendría que hacer contigo? Tú que duermes pero respiras, tú que duermes pero necesitas comer. ¡Ay!, Rosa, que dificil...
Cuando el príncipe pasó al lado de Blancanieves la vió pálida, en peligro y la besó. Ningún enano gritó “¡Déjala morir! ¡No la salves! ¡Puede ser que ya no despierte!”. Y si así hubiera sido, ¿cómo no intentarlo? Cuántas batallas perdidas en el ánimo, vencidas después armándose de coraje.
Y si un día me duermo y no despierto ya, ¿cómo sabes que no he cambiado de idea mientras me acarcias la mano tibia? Que difícil, Rosa, que difícil.

  2. Solicito unos cuidados paliativos adecuados al final de la vida: que se me administren  las pócimas que palíen mi sufrimiento físico o psíquico, los cuidados que me ayuden a  morir en paz, especialmente -aun en el caso de que pueda acortar mi vida- aquellos que    me hagan dormir hasta el final.

Pócimas, amor mío, todas las pócimas. Que si tú me ves llorar o notas arrugas de dolor en mi frente, me den todas las pócimas. Haz bailar todas las hadas alrededor de mi lecho, que me canten los pájaros desde la ventana abierta, consulta la hechicera y quema varillas mágicas por toda la habitación. Pero que no me duela, Rosa, que no me duela. Que me muera en pocos días o en muchos años, pero el dolor no debe vencer si entra en mi cuerpo roto.
Esto sí que lo quiero, mi bella durmiente, te lo pido como si fuera el aire que respiro. Tenme contigo siempre porque te amaré aunque no te des cuenta, pero defiéndeme tú que estarás despierta y que el dolor no me toque la vida.
Los hay, Rosa, sí que existen. Los hechiceros que te miran con el miedo en las entrañas y con miedo se acercan al lecho desolador. Tienen miedo de que se escape el alma y los persiga por las noches. Y con pócimas, hechizos, embrujos y consejos inspirados por la cobardía se empecinan en salvar lo insalvable. Es ignorancia, Rosa. Y falta de respeto.
Yo te respeto, amor mío. Porque tu vives durmiendo. Porque no te obligo a vivir. Respeto tu cuerpo y lo cuido. Tú eres mi flor delicada.
Y los hay también que son sabios. Miran sin miedo y sin miedo se acercan a tocar tus manos abiertas. Me preguntan, y te preguntan, aún sabiendo que no respondes, pero están seguros de que escuchas. Y no nos dejan solos entre los doseles, Rosa, eso no. Que es lo más duro. La soledad va de la mano de las ganas de morirse, eso te lo digo yo. Pero si no estamos solos, ni tú ni yo nos acordamos de nuestras penas. Los sabios nos acompañan en nuestro viaje desigual pero tan accidentado. Sin violar tu cuerpo si no es necesario. Tampoco lo harán con el mío cuando tu estés despierta y yo dormido.

3. Si para entonces las Leyes del Reino regulan el derecho a morir con dignidad mediante la “Buena muerte” , es mi voluntad morir de forma rápida e indolora, de conformidad con lo que el Reino establezca al efecto.

¡Ay, Preciosa Rosa, que difícil todo esto!. Qué miedo que me da. ¿Leyes que regulen el derecho a morir? Querrán decir, quizás, leyes que regulen el derecho a decidir quién decide, digo yo. Porque el derecho a morir ya lo tengo. Es un derecho, ¡y un deber! Vaya que sí. Pero todos, ¿eh? Todo ser vivo tiene el derecho y el deber de nacer y morir. ¡Cómo no! Pero para esto no hacen falta leyes, que yo sepa, ¿verdad, Rosa? Es que yo soy un poco ignorante, aunque sea un Príncipe Azul. Yo sólo se quererte y cuidarte.
Si lo firmo, entonces, ¿quiere decir que si me vuelvo loco se cumplirán mis “derechos”? ¿Si me duermo como tú? ¿O si me convierto en una rana y ya no soy yo? ¿Si pierdo en guerra las piernas? ¿Si el caballo me pisotea y ya no camino? ¿Tú me amarás? ¿Me querrás contigo? ¿Yo querré irme o tendré miedo de la muerte?
¡Ay, Rosa, que difícil!. Hay tantas probabilidades y circustancias que la linea que diferencia las penas es invisible como el viento.

4. Si quien se ocupa de mi asistencia  declarase que su conciencia no le permite el cumplimiento de estas instrucciones, solicito que sea sustituido por otra persona, garantizando así el  derecho a que se cumpla mi voluntad.

 Con el fín de que pueda ayudar a interpretar este documento manifiesto que, en una  situación de deterioro irreversible, sin posibilidad de futuro ni recuperación digna, no  quiero sufrir ni causar un mayor sufrimiento a las personas que me acompañen en ese    momento, ni deseo poner a mi familia en la situación de tener que decidir por mí acerca de   mi vida. Pido a quienes tengáis que atenderme que respetéis mi voluntad.

Pues claro que sufro, mi amor, desde que decidiste entregarte eternamente a los brazos de Morfeo. Qué celoso estoy de tu dios y vuestro mundo onírico. Pero no es mi cometido provocar tu ausencia deliberadamente. La Naturaleza es sabia, Rosa. Y llega hasta donde llega. Sólo entonces podemos soltarnos las manos y dejar que te vayas. No sirve gritar al universo la desesperación. El que más grita es el que más miedo tiene. Pavor a quedarse solo, pavor por no ser amado suficiente. Quien no se desgañita es el que con su silencio envuelve la conclusión de su camino. El desenlace triste y feliz al mismo tiempo. Porque no ha sido obligado a elegir. Quien no brama su muerte anunciada es el que al final se va serenamente, sin palabras, sin publicidades, con amor y con respeto.
Por eso yo no digo nada, Rosa. Porque no sirve.  Porque cada lecho y cada frente que se apoya velando son un único universo. ¿Quién sabe de nosotros lo que nosotros sabemos? ¿Y quién sabe de ti más que tú misma?
Si yo durmiera y tú me lavaras los cabellos tendría el mismo miedo que tengo ahora. ¿Aunque mi cuerpo fuera inútil y frío, doliente y dependiente, valdría menos? ¿Y si este cuerpo no tuviera mis años sino pocos, muy pocos, cuánto valdría?
¿Quién somos nosotros, mi bella durmiente, para establecer las leyes de la vida y la muerte? Te lo digo yo, que te peino cada mañana. No somos nadie. Porque las leyes de los hombres no saben de nuestras tardes. Y querrían igualdad, Rosa, cuando son minoría los que no pueden con su carga.
Por eso he decidido que no voy a firmar nada. Cuando tu te despiertes y me cuides en mi sueño sin amaneceres deja que mi cuerpo te hable. Otros como nosotros no necesitan abrir las ventanas y anunciar su desdicha. Aman hasta la extenuación, con un amor que a los ojos de otros parece egoista pero en realidad no lo es. Y con el mismo amor se despiertan, y lloran, y cuidan, y toman decisiones que nadie que no haya tocado esas sábanas puede siquiera entender. Cualquier decisión, Rosa, como nosotros.
Por eso no hablo, y te tengo solo la mano, sabiendo que te apagas despacio como la luz de una vela. Te doy las gracias por lo que me has dado en esta vida extraña, por lo que he tenido el honor de regalarte cada día.
Gracias porque nuestro cuento no ha sido como los otros; aunque las perdices me las he comido solo yo, al final hemos sido felices. Apretújame la mano, Preciosa Rosa, como sólo sabes hacer tú cuando te canso con mis cavilaciones. Que me está entrando sueño. Si he podido aburrirme a mí mismo, ¿quién sabe lo que estás pensando tú?. Deja que me tumbe aquí contigo, que tengo frío. Si no tuviera tanto miedo me gustaría dormir a tu lado otros cien años sin despertarme para poder entrar en tu cabeza. Buenas noches, amor mío. Que tengas siempre dulces sueños hasta que uno de mis besos te pueda despertar.

Il testamento biologico del Principe Azzurro



Da La Bella Addormentata nel Bosco (Fratelli Grimm):

“ Finalmente arrivò nella torre, aprì la porticina della piccola stanza dove dormiva la bella Rosaspina. Lei era lì sdraiata ed era così bella che il giovane principe non sapeva distogliere gli occhi da lei. Poi si chinò e la baciò.
Non appena l’ebbe sfiorata col suo bacio, Rosaspina aprì gli occhi, si svegliò e gli sorrise. Allora entrambi scesero dalla torre e si svegliarono il re e la regina, e tutta la corte si svegliò e tutti si guardavano con sguardo pieno di stupore. E i cavalli nel cortile balzarono in piedi e si scrollarono, e i cani da caccia saltavano e scodinzolavano e le colombe sul tetto levarono la testina di sotto l’ala, si guardarono attorno e volarono via, e le mosche ripresero a muoversi sulla parete, e il fuoco in cucina si ravvivò, si rimise ad ardere e ricominciò a cuocere il pranzo, l’arrosto riprese a sfrigolare, il cuoco diede allo sguattero quel famoso schiaffo e lo fece gridare e la serva finì di spennare il pollo. Poi furono celebrate le nozze con grande sfarzo tra il principe e Rosaspina e tutti vissero felici fino alla morte”

In realtà successe tutta un’altra cosa.
Io sono Azzurro, o Filippo, come preferite, il Principe della fiaba. Successe che appena l’ebbi sfiorata col mio bacio, Rosaspina non aprì gli occhi. Si svegliarono tutti gli altri, il re e la regina, tutta la corte si svegliò. I cavalli e i cani da caccia. Il fuoco in cucina si ravvivò e riprese ad ardere. Ma le nozze non furono celebrate, e Rosaspina, così bella da non riuscire a distogliere gli occhi da lei, non si è ancora svegliata.
Io la amo già da prima. Oltre la fiaba e da tempo io l’amavo. E quando non si svegliò decisi che l’avrei amata per sempre.
Mi irritano alcuni sguardi. Al posto di augurarci buongiorno o buona sera con gli occhi ci augurano buona morte. A lei, che si addormentò sorridendo e sorride tutt’ora senza essersi svegliata.
Dormo vicino per poter prendere la sua mano quando di notte sento freddo. Perché lei ha la pelle tiepida, da viva. E respira tranquilla, perché sa che sono lì accanto.
Quando la osservo vedo la Rosa della fiaba, che canta agli uccellini e ha paura della strega.
Le fate non hanno molto da fare qui, nessun sortilegio la può svegliare. Ma vengono a visitarla, le accarezzano il volto pallido e la baciano sulle guance. Alzano la voce mentre spettegolano e le raccontano chiacchiericci del regno, perché sostengono che tutto attraversa la sua delicata corteccia per adagiarsi in un fondo insonne, esistente, dicono loro, nonostante io nutra forti dubbi. 
Oggi ho fatto una scoperta: si può decidere come morire. Non che lo voglia per Rosa, no. Lei è il mio fiore delicato, che sospira se mi allontano e mi tiene legato con catene quasi feudali. Io la servo e lei mi protegge con il suo amore invisibile.
Io vorrei morire di vecchiaia. Mentre dormo, come lei. Andarmene senza accorgermene, senza paura né dolore. A volte lo racconto a Rosa, ma lei non risponde. Mi piacerebbe sapere cosa sente, se ha paura, se vuole andarsene o rimanere insieme a me. Non posso saperlo, e non posso decidere per lei.
Le racconto che, se si fosse svegliata con il bacio, l’avrei sposata. Che saremmo diventati vecchi insieme, guardandoci le rughe a vicenda, appassendo a furia di baciarci con il passare degli anni. Ora però lei non mi vede, e il suo ricordo di me è meglio del mio.
Le racconto che se, da vecchi, uno dei due si fosse addormentato senza dormire, se la mente avesse cominciato a confondere memorie e parole e i nostri nomi fossero diventati per noi sconosciuti, se gli occhi avessero smesso di riconoscere i visi e le stanze, ma i piedi fossero ancora stati capaci di camminare e i cuori di battere, le dico che ci saremmo amati ugualmente. Se avesse perso nel fiume tutta la mia saggezza, senza ricordare il suo nome avrei saputo comunque che era Lei.
Desiderare le morte per non conoscere il tuo nome? La vita si trova nel giudizio o nella pelle? Nel sonno incalcolabile o nella veglia di un demente? Se è vita là dove inizia il primo battito, non lo è, allora, fino all’ultimo?
Devo parlare con Rosa, anche se non mi risponde, perché devo scrivere la mia dichiarazione d’amore per la vita, o per la morte, dipende.
Vediamo, amore mio, ascolta bene perché è importante:

In pieno possesso delle mie facoltà, attuando liberamente e dopo una accurata riflessione e in base alle leggi della Natura dichiaro che se mi trovassi in una situazione in cui, per il mio stato fisico o psicologico, non fossi capace di esprimere personalmente le mie decisioni su cure e trattamenti per la mia salute, come conseguenza ad una sofferenza...

Quale sofferenza? La mia? La tua, Rosa, se fossi tu quella sveglia, mentre mi asciughi le lacrime dell’eterno dormiente? La sofferenza di chi ci guarda e non capisce che tra noi parliamo con il linguaggio segreto di quelli che non riescono a separarsi? La sofferenza di chi avrebbe voluto con un altro incantesimo toglierti la spina avvelenata e strapparti dal tuo sogno?

...che mi impedisca di avere una vita con indipendenza funzionale per le attività della vita quotidiana

Quanta indipendenza, Rosa? Aiutami a redigere, perché bisogna essere molto precisi, se vuoi che seguano le istruzioni. Quali attività? Quando mi alzo, Rosa, mettere i piedi per terra è già un’impresa. Gli anni non perdonano. Credi che un giorno si potrà decidere anche l’età?  Poter prendere, nella data del proprio compleanno, una pozione personalizzata dall’alchimista. Un infuso e via, si dorme per davvero per i secoli dei secoli. Ahi!, Rosa, non farmi ridere, che mi fai cadere il calamaio.

...è mia volontà, chiara e inequivocabile che mi si permetta di morire con dignità

Questo mi sembra giusto. Se uno deve nascere con dignità, perché non morire con essa? Alla fine, Rosa, è questo che ci fa più paura. Morire lasciandoci dietro quello che eravamo, trovarci nel letto di morte senza saper riconoscere noi stessi.

d’accordo con le seguenti istruzioni:

    1. Rifiuto ogni trattamento che contribuisca a prolungare la mia vita: tecniche di supporto vitale, fluidi intravenosi, pozioni e sortilegi, alimentazione che non sia per bocca, apporto di liquidi, magie che aiutino la respirazione, sollecitando una limitazione dello sforzo terapeutico che sia rispettoso con la mia volontà.

Vediamo se ho capito. Se tu avessi firmato questo, cosa dovrei fare con te? Tu che dormi però respiri, che dormi, ma hai bisogno di mangiare. Ahi!, Rosa, che cosa difficile...
Quando il principe scoprì Biancaneve, e la vide pallida e in pericolo, la baciò. Nessun nano urlò “Lasciala morire! Non salvarla! Forse non si sveglierà più!” E anche se così fosse stato, come non tentare? Come sarebbe finita la fiaba? Quante battaglie perse nell’animo, vinte poi, con l’audacia...
E se un giorno mi addormentassi e non mi svegliassi più, come saprai che non ho cambiato idea, mentre mi accarezzi la mano tiepida? Com’è difficile, Rosa, com’è difficile...

    2. Sollecito le cure palliative adeguate alla fine della vita: che mi siano amministrate le pozioni che possano palliare la mia sofferenza fisica e psichica, le cure che mi aiutino a morire in pace, specialmente -nonostante possano accorciare la mia vita- quelle che mi possano fare dormire fino alla fine.

Pozioni, amore mio, tutte le pozioni. Che se mi dovessi vedere piangere o notassi rughe di dolore sulla mia fronte, mi vengano date tutte le pozioni. Fai ballare le fate attorno al mio letto, che mi cantino i passeri dalla finestra aperta, consulta lo stregone e brucia bastoncini magici per tutta la stanza. Ma che non senta niente, Rosa, non devo sentire niente. Che possa morire in pochi giorni o in tanti anni, ma il dolore non dovrà vincere se riuscisse ad entrare nel mio corpo rotto.
Questo sì lo voglio, mia bella addormentata, te lo chiedo come fosse l’aria che respiro. Tienimi sempre con te, perché ti amerò anche se non te ne accorgerai, ma difendimi tu, che sarai sveglia, e che il dolore non mi sfiori la vita.
Ci sono, Rosa, esistono. Gli stregoni che ti guardano con la paura nelle viscere, e con paura si avvicinano al letto desolante. Hanno paura che l’anima possa scappare e perseguitarli di notte. Con pozioni, incantesimi, stregonerie e consigli ispirati dalla codardia, si ostinano a salvare l’insalvabile. È ignoranza, Rosa. E mancanza di rispetto.
Io ti rispetto, amore mio. Perché tu vivi dormendo. Perché non ti obbligo a vivere. Rispetto il tuo corpo e me ne prendo cura. Tu sei il mio fiore delicato.
Ci sono anche quelli saggi. Guardano senza paura, e senza paura si avvicinano a toccare le tue mani aperte. Mi fanno domande, e domandando anche a te, nonostante sappiano che non rispondi, ma sono sicuri che ascolti. E non ci lasciano soli sotto il baldacchino, Rosa, quello no. E’ la parte più dura. La solitudine dà sempre la mano alla voglia di morire, dammi retta. Ma se non rimarremo soli, né tu né io ci ricorderemo delle nostre pene. I saggi ci accompagnano nel nostro viaggio disuguale, ma così similmente accidentato. Senza violare il tuo corpo, se non è necessario. Non lo faranno nemmeno con il mio quando tu sarai sveglia e io addormentato.

     3. Quando le Leggi del Regno regoleranno il diritto a morire con dignità mediante la buona morte, è mia volontà morire in maniera rapida e indolore, in conformità con quello che stabilisca il Regno a proposito.

Ahi!, Rosaspina, che difficile tutto questo! Come mi fà paura. Leggi che regolano il diritto a morire? Vorranno dire, probabilmente, leggi che regolino il diritto a decidere chi decide, penso io. Perche il diritto a morire ce l’ho già. È un diritto, ma anche un dovere! Diamine! Ma per tutti, eh? Tutti gli esseri viventi hanno il diritto e il dovere di nascere e morire. Come no! Ma per questo non servono leggi, che io sappia, vero, Rosa? Sarà che sono un po’ ignorante, nonostante sia un Principe Azzurro. Io so soltanto amarti e prendermi cura di te.
Se lo firmo, allora, vuol dire che se impazzissi si compiranno i mie “diritti”? Se mi addormentassi come te? O se mi trasformassi in una rana e non fossi più io? Se perdessi in guerra le gambe? Se il cavallo mi spezzasse le ossa sotto i caschi e non camminassi più? Tu mi amerai? Mi vorrai con te? Io vorrò andarmene o avrò paura della morte?
Ahi, Rosa, com’è difficile! Ci sono talmente tante probabilità, che la linea che separa i tormenti è invisibile come il vento.

     4. Se chi si occupa della mia assistenza dichiarasse che la sua coscienza non gli permette il compimento di queste istruzioni, sollecito che sia sostituito per un’altra persona, garantendo così il diritto di compiere la mia volontà.

Al fine di poter aiutare l’interpretazione di questo documento, manifesto che, in una situazione di deterioro irreversibile, senza possibilità di futuro né recupero degno, non voglio soffrire né causare maggiore sofferenza alle persone che mi accompagnino in quel momento, né desidero mettere la mia famiglia nella situazione di dover decidere per me circa la mia vita. Chiedo, a chi si prenda cura, di me di rispettare la mia volontà.


Certo che soffro, amore mio, da quando hai deciso di consegnarti in eterno alle braccia di Morfeo. Quanto solo geloso del tuo dio e il vostro mondo onirico... Ma non è compito mio provocare la tua assenza deliberatamente. La natura è saggia, Rosa. Arriva fin dove arriva. Soltanto allora possiamo sciogliere il nodo delle nostre mani e lasciarci andare. Non serve urlare all’universo la disperazione. Chi urla di più è quello che è più spaventato. Paura di rimanere da solo, paura di non essere amato abbastanza. Chi non strilla è quello che con il suo silenzio avvolge la conclusione del suo cammino. L’epilogo triste e felice allo stesso tempo. Perché non è stato obbligato a scegliere. Chi non grida la sua morte annunciata è quello che alla fine se ne va serenamente, senza parole, senza propaganda, con amore e con rispetto.
Per questo io non dico niente, Rosa. Perché non serve. Perché ogni letto e ogni fronte che ci si appoggia vegliando sono  un unico universo. Chi sa di noi quello che noi sappiamo? E chi sa di te più di te stessa?
Se io stessi dormendo e tu mi lavassi i cappelli avrei la stessa paura che ho adesso. Ma se il mio corpo fosse inutile e freddo, dolente e dipendente, varrebbe di meno?  E se questo corpo non avesse i miei anni bensì pochi, molti di meno, quanto varrebbe?
Chi siamo noi, mia bella addormentata, per stabilire le leggi della vita e della morte? Te lo dico io, che ti pettino ogni mattina. Non siamo nessuno. Perché le leggi degli uomini nulla sanno dei nostri pomeriggi. E vorrebbero uguaglianza per tutti, Rosa, mentre sono molti di meno quelli che non possono con il suo fardello.
Per questo ho deciso di non firmare niente. Quando  ti sveglierai e ti prenderai cura di me nel mio sonno senza albe, lascia che il mio corpo ti parli. Altri come noi non hanno bisogno di aprire le finestre e annunciare la sua sfortuna. Amano fino allo sfinimento, con un amore che davanti agli occhi degli altri sembra egoista, ma che in realtà non lo è. E con lo stesso amore si svegliano, e piangono, e curano, e prendono decisioni che nessuno che non abbia prima toccato quelle lenzuola può capire. Qualunque decisione, Rosa, come noi.
Per questo non parlo, e ti tengo soltanto la mano, sapendo che ti spegni piano come la luce di una candela.  Ti ringrazio per quello che mi hai dato in questa strana vita, per quello che ho avuto l’onore di regalarti ogni giorno.
Grazie, perché la nostra fiaba non è stata come le altre, anche se alla fine abbiamo vissuto felici e contenti. Stringimi la mano, Rosaspina, come solo sai fare tu, quando ti stanco con le mie elucubrazioni. Mi sta venendo sonno. Se sono riuscito ad annoiare me stesso, chi sa cosa stai pensando tu? Lascia che mi sdrai qui con te, che sento freddo. Se non avessi così paura, mi piacerebbe dormire al tuo fianco altri cento anni, senza mai svegliarmi, per poter entrare nella tua testa. Buona notte, amore mio. Ti auguro bei sogni,  sperando che un giorno uno dei miei baci ti possa svegliare.