venerdì 14 febbraio 2014

El testamento vital del Principe Azul



De La Bella Durmiente del Bosque (Hermanos Grimm):

“Y por fin llegó hasta la torre y abrió la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa estaba dormida. Ahí yacía, tan hermosa que él no podía mirar para otro lado, entonces se detuvo y la besó. Pero tan pronto la besó, Preciosa Rosa abrió sus ojos y despertó, y lo miró muy dulcemente.
Entonces ambos bajaron juntos, y el rey y la reina despertaron, y toda la corte, y se miraban unos a otros con gran asombro. Y los caballos en el establo se levantaron y se sacudieron. Los perros cazadores saltaron y menearon sus colas, las palomas en los aleros del techo sacaron sus cabezas de debajo de las alas, miraron alrededor y volaron al cielo abierto. Las moscas de la pared revolotearon de nuevo. El fuego del hogar alzó sus llamas y cocinó la carne, y el cocinero le jaló los pelos al ayudante de tal manera que hasta gritó, y la criada desplumó la gallina dejándola lista para el cocido.
Días después se celebró la boda del príncipe y Preciosa Rosa con todo esplendor, y vivieron muy felices hasta el fin de sus vidas”.

En realidad lo que pasó no fue esto. 
Yo soy Azul, o Felipe, como queráis o hayáis leído, el príncipe del cuento. Sucedió que tan pronto la besé, no abrió los ojos. Sí que se despertaron los demás. El rey y la reina, la corte al completo. Los caballos y los perros cazadores. El fuego del hogar alzó sus llamas. Pero no se celebró ninguna boda, y Preciosa Rosa, con todo su esplendor, no se ha despertado todavía.
Yo la amo desde antes. Fuera del cuento yo la amaba ya. Y cuando no se despertó decidí que la amaría como siempre.
Me enfado cuando veo las miradas de los otros. En lugar de desearnos buenos días o buenas noches con los ojos le desean buena muerte. A ella que se durmió sonriendo y sonríe todavía sin haberse despertado.
Duermo cerca, para poder coger su mano cuando de noche siento frío. Porque ella tiene la piel tibia, de viva. Y respira tranquila, porque sabe que estoy ahí.
Cuando la miro veo la Rosa del cuento, que canta a los pajarillos y tiene miedo de la bruja. Las hadas no tienen mucho que hacer aquí, ningún sortilegio la puede despertar. Pero vienen a visitarla, le acarician su tez pálida y la besan en las mejillas. Vocean mientras chismorrean y le cuentan habladurías del reino, porque me han dicho que todo atraviesa su delicada corteza y se posa en un  insomne fondo que existe, dicen, aunque la duda me atenace.
Hoy he descubierto que se puede decidir como morir. No que lo quiera para Rosa, no. Ella es mi flor delicada que suspira si me alejo y me tiene atado con cadenas casi feudales. Yo la sirvo y ella me protege con su amor invisible.
Yo quisiera morir de viejo. Mientras duermo, como ella. Irme sin enterarme, sin miedo y sin dolor. A veces se lo cuento a Rosa, pero ella no responde nunca. Me gustaría saber lo que siente, si tiene miedo, si quiere irse o quedarse conmigo.
Le cuento que si la hubiera despertado con el beso me habría casado con ella. Le cuento que nos habríamos hecho viejos juntos, mirándonos las arrugas mutuamente, marchitándonos a besos con el paso de los años. Ahora ella no me ve y su recuerdo de mí es mejor que el mio.
Aunque si de viejos uno de los dos se hubiera dormido sin dormirse, si la mente hubiera comenzado a confundir memorias y palabras y nuestros nombres nos sonaran desconocidos, si los ojos hubieran dejado de conocer los rostros y las habitaciones, pero los pies hubieran sido capaces todavía de caminar y los corazones de latir, le digo que nos habríamos amado igualmente. Si hubiera perdido en el río toda mi sapiencia, sin acordarme de su nombre habría sabido que era Ella. ¿Desear la muerte por no saber como te llamas? ¿La vida está sólo en el juicio o en la piel? ¿En el sueño incalculable o en la vigilia de un demente? Si es vida allá donde empieza el primer latido, ¿no lo es hasta el último?
 Voy a hablar con Rosa a pesar de que no me responda, porque tengo que escribir mi declaración de amor por la vida, o por la muerte, depende.
A ver, amor mío, escucha bien que es importante:

En plenitud de mis facultades, actuando libremente y tras una adecuada reflexión y en base a las leyes de la naturaleza declaro que si llego a una situación en que, por mi estado físico o psíquico, no sea capaz de expresar personalmente mis decisiones sobre los cuidados y el tratamiento de mi salud a consecuencia de un padecimiento...

¿Qué padecimiento? ¿El mío?  ¿El tuyo, Rosa, si estuvieras despierta y secándome las lagrimas del que duerme sin despertarse con un beso? ¿El del que nos mira sin entender que entre nosotros hablamos con el lenguaje secreto de los que no consiguen separarse? ¿El padecimiento del que habría querido con otro hechizo quitarte la espina envenada y sacarte de tu ensueño?

...que me impida llevar una vida con independencia funcional para las actividades de la vida diaria,

¿Cuánta independencia, Rosa? Ayúdame a redactar, porque hay que ser muy preciso, si quieres que sigan las instrucciones. ¿Qué actividades? Cuando me levanto, Rosa, poner los pies en el suelo ya me cuesta. Los años no perdonan. ¿Crees que un día se podrá decidir la edad también? En la fecha del cumpleaños te bebes una infusión y a dormir de verdad por los siglos de los siglos. Ay, Rosa, no me hagas reír, que se me cae la pluma.

es mi voluntad clara e inequívoca que se me permita morir con dignidad

Esto si que me parece bien. Si uno debe nacer con dignidad, porqué no morir también. Al final, Rosa, esto es lo que más miedo nos da. Morir habiéndonos dejado por el camino lo que éramos, encontrarnos en el lecho de muerte sin poder reconocernos.

de acuerdo con las siguientes instrucciones previas:

1. Rechazo todo tratamiento que contribuya a prolongar mi vida: técnicas de soporte vital, fluidos intravenosos, pócimas y hechizos, alimentación que no sea por la boca, aporte de líquidos, magias que ayuden la respiración, solicitando una limitación del esfuerzo terapéutico que sea respetuosa con mi voluntad.

A ver si lo entiendo. Si tu hubieras firmado esto, ¿qué tendría que hacer contigo? Tú que duermes pero respiras, tú que duermes pero necesitas comer. ¡Ay!, Rosa, que dificil...
Cuando el príncipe pasó al lado de Blancanieves la vió pálida, en peligro y la besó. Ningún enano gritó “¡Déjala morir! ¡No la salves! ¡Puede ser que ya no despierte!”. Y si así hubiera sido, ¿cómo no intentarlo? Cuántas batallas perdidas en el ánimo, vencidas después armándose de coraje.
Y si un día me duermo y no despierto ya, ¿cómo sabes que no he cambiado de idea mientras me acarcias la mano tibia? Que difícil, Rosa, que difícil.

  2. Solicito unos cuidados paliativos adecuados al final de la vida: que se me administren  las pócimas que palíen mi sufrimiento físico o psíquico, los cuidados que me ayuden a  morir en paz, especialmente -aun en el caso de que pueda acortar mi vida- aquellos que    me hagan dormir hasta el final.

Pócimas, amor mío, todas las pócimas. Que si tú me ves llorar o notas arrugas de dolor en mi frente, me den todas las pócimas. Haz bailar todas las hadas alrededor de mi lecho, que me canten los pájaros desde la ventana abierta, consulta la hechicera y quema varillas mágicas por toda la habitación. Pero que no me duela, Rosa, que no me duela. Que me muera en pocos días o en muchos años, pero el dolor no debe vencer si entra en mi cuerpo roto.
Esto sí que lo quiero, mi bella durmiente, te lo pido como si fuera el aire que respiro. Tenme contigo siempre porque te amaré aunque no te des cuenta, pero defiéndeme tú que estarás despierta y que el dolor no me toque la vida.
Los hay, Rosa, sí que existen. Los hechiceros que te miran con el miedo en las entrañas y con miedo se acercan al lecho desolador. Tienen miedo de que se escape el alma y los persiga por las noches. Y con pócimas, hechizos, embrujos y consejos inspirados por la cobardía se empecinan en salvar lo insalvable. Es ignorancia, Rosa. Y falta de respeto.
Yo te respeto, amor mío. Porque tu vives durmiendo. Porque no te obligo a vivir. Respeto tu cuerpo y lo cuido. Tú eres mi flor delicada.
Y los hay también que son sabios. Miran sin miedo y sin miedo se acercan a tocar tus manos abiertas. Me preguntan, y te preguntan, aún sabiendo que no respondes, pero están seguros de que escuchas. Y no nos dejan solos entre los doseles, Rosa, eso no. Que es lo más duro. La soledad va de la mano de las ganas de morirse, eso te lo digo yo. Pero si no estamos solos, ni tú ni yo nos acordamos de nuestras penas. Los sabios nos acompañan en nuestro viaje desigual pero tan accidentado. Sin violar tu cuerpo si no es necesario. Tampoco lo harán con el mío cuando tu estés despierta y yo dormido.

3. Si para entonces las Leyes del Reino regulan el derecho a morir con dignidad mediante la “Buena muerte” , es mi voluntad morir de forma rápida e indolora, de conformidad con lo que el Reino establezca al efecto.

¡Ay, Preciosa Rosa, que difícil todo esto!. Qué miedo que me da. ¿Leyes que regulen el derecho a morir? Querrán decir, quizás, leyes que regulen el derecho a decidir quién decide, digo yo. Porque el derecho a morir ya lo tengo. Es un derecho, ¡y un deber! Vaya que sí. Pero todos, ¿eh? Todo ser vivo tiene el derecho y el deber de nacer y morir. ¡Cómo no! Pero para esto no hacen falta leyes, que yo sepa, ¿verdad, Rosa? Es que yo soy un poco ignorante, aunque sea un Príncipe Azul. Yo sólo se quererte y cuidarte.
Si lo firmo, entonces, ¿quiere decir que si me vuelvo loco se cumplirán mis “derechos”? ¿Si me duermo como tú? ¿O si me convierto en una rana y ya no soy yo? ¿Si pierdo en guerra las piernas? ¿Si el caballo me pisotea y ya no camino? ¿Tú me amarás? ¿Me querrás contigo? ¿Yo querré irme o tendré miedo de la muerte?
¡Ay, Rosa, que difícil!. Hay tantas probabilidades y circustancias que la linea que diferencia las penas es invisible como el viento.

4. Si quien se ocupa de mi asistencia  declarase que su conciencia no le permite el cumplimiento de estas instrucciones, solicito que sea sustituido por otra persona, garantizando así el  derecho a que se cumpla mi voluntad.

 Con el fín de que pueda ayudar a interpretar este documento manifiesto que, en una  situación de deterioro irreversible, sin posibilidad de futuro ni recuperación digna, no  quiero sufrir ni causar un mayor sufrimiento a las personas que me acompañen en ese    momento, ni deseo poner a mi familia en la situación de tener que decidir por mí acerca de   mi vida. Pido a quienes tengáis que atenderme que respetéis mi voluntad.

Pues claro que sufro, mi amor, desde que decidiste entregarte eternamente a los brazos de Morfeo. Qué celoso estoy de tu dios y vuestro mundo onírico. Pero no es mi cometido provocar tu ausencia deliberadamente. La Naturaleza es sabia, Rosa. Y llega hasta donde llega. Sólo entonces podemos soltarnos las manos y dejar que te vayas. No sirve gritar al universo la desesperación. El que más grita es el que más miedo tiene. Pavor a quedarse solo, pavor por no ser amado suficiente. Quien no se desgañita es el que con su silencio envuelve la conclusión de su camino. El desenlace triste y feliz al mismo tiempo. Porque no ha sido obligado a elegir. Quien no brama su muerte anunciada es el que al final se va serenamente, sin palabras, sin publicidades, con amor y con respeto.
Por eso yo no digo nada, Rosa. Porque no sirve.  Porque cada lecho y cada frente que se apoya velando son un único universo. ¿Quién sabe de nosotros lo que nosotros sabemos? ¿Y quién sabe de ti más que tú misma?
Si yo durmiera y tú me lavaras los cabellos tendría el mismo miedo que tengo ahora. ¿Aunque mi cuerpo fuera inútil y frío, doliente y dependiente, valdría menos? ¿Y si este cuerpo no tuviera mis años sino pocos, muy pocos, cuánto valdría?
¿Quién somos nosotros, mi bella durmiente, para establecer las leyes de la vida y la muerte? Te lo digo yo, que te peino cada mañana. No somos nadie. Porque las leyes de los hombres no saben de nuestras tardes. Y querrían igualdad, Rosa, cuando son minoría los que no pueden con su carga.
Por eso he decidido que no voy a firmar nada. Cuando tu te despiertes y me cuides en mi sueño sin amaneceres deja que mi cuerpo te hable. Otros como nosotros no necesitan abrir las ventanas y anunciar su desdicha. Aman hasta la extenuación, con un amor que a los ojos de otros parece egoista pero en realidad no lo es. Y con el mismo amor se despiertan, y lloran, y cuidan, y toman decisiones que nadie que no haya tocado esas sábanas puede siquiera entender. Cualquier decisión, Rosa, como nosotros.
Por eso no hablo, y te tengo solo la mano, sabiendo que te apagas despacio como la luz de una vela. Te doy las gracias por lo que me has dado en esta vida extraña, por lo que he tenido el honor de regalarte cada día.
Gracias porque nuestro cuento no ha sido como los otros; aunque las perdices me las he comido solo yo, al final hemos sido felices. Apretújame la mano, Preciosa Rosa, como sólo sabes hacer tú cuando te canso con mis cavilaciones. Que me está entrando sueño. Si he podido aburrirme a mí mismo, ¿quién sabe lo que estás pensando tú?. Deja que me tumbe aquí contigo, que tengo frío. Si no tuviera tanto miedo me gustaría dormir a tu lado otros cien años sin despertarme para poder entrar en tu cabeza. Buenas noches, amor mío. Que tengas siempre dulces sueños hasta que uno de mis besos te pueda despertar.

Nessun commento:

Posta un commento

Commenta qui